LITERATURA ESPAÑOLA
AÑO 2020
Prof. Marcela B. Sosa
Ficha de cátedra
De la voz a la letra: el Romancero
Se denomina Romancero viejo al
conjunto de romances cantados por los juglares desde finales del siglo XIV[1]
hasta el siglo XV. No se conserva ningún manuscrito medieval con copia de
ejemplares del género.
El romance es una composición
poética abierta, no estrófica, de carácter épico-narrativo, nacida para ser
cantada, formada por versos de ritmo octosilábico que parecían el resultado de
partir en dos versos regulares el que fue verso irregular en los cantares de
gesta. Por ello esta composición podía copiarse en hemistiquios monorrimos como
los de la épica o bien en tiradas de versos de ocho sílabas con rima asonante en
los pares. La asonancia favorecía la improvisación y memorización.
El romance es anónimo y popular por
ser una composición creada por la colectividad, lo que constituye también la
razón de que existan múltiples versiones de un mismo poema.
Los romances presentan rasgos de
estilo propios de la tradición oral:
1. Como
efecto de la co-presencia, hay apelación a los oyentes mediante el uso de
fórmulas o procedimientos formularios de la épica (“bien oiréis lo que habló”).
Esto produce la impresión de espontaneidad, de estar asistiendo al encuentro
entre juglares y público.
2. Utilización
del fragmentarismo o truncamiento: la acción se interrumpe al final, dejando el
desenlace a la imaginación del oyente o lector. Igualmente, puede haber un
comienzo in medias res, es decir, a
la mitad del asunto. Ambos procedimientos confieren carácter enigmático y
densidad poética al relato.
3. En
forma asociada con el rasgo anterior, los romances se caracterizan por su
brevedad.
4. Hay
variedad, inclusive, un uso muy libre, de las formas verbales, mediante la
aparición de distintos tiempos en un mismo romance (a veces esto ocurre por
necesidad de la rima o por una suerte de indeterminación temporal).
5. Epítetos
–como se usaban en poemas épicos[2]-
y otras expresiones fijas, que se reiteran (por ejemplo, el leit-motiv de la mañanita de San Juan[3]).
6. Lenguaje
sencillo y con gran capacidad de sugerencia.
7. Uso
de repeticiones, paralelismos y aliteraciones.
8. Hibridez:
es la combinación de elementos líricos, narrativos y/o dramáticos (diálogos).
9. Heterogeneidad
temática: este rasgo da pie a una tipología que se verá a continuación.
La primera variedad que veremos es
la de los romances históricos.
Existen ciclos de romances sobre el Cid, Bernardo del Carpio, los Infantes de
Lara o Roldán, que recrean episodios extraídos de los cantares de gesta
originarios, tanto españoles como extranjeros. El elemento histórico da lugar a
la ficcionalización de los aspectos más emotivos de la vida de sus héroes:
quejas, llantos, peticiones de venganza; aparece el rol de la mujer (Jimena,
doña Lambra, doña Urraca). Predomina la visión subjetiva y sentimental de los
hechos sobre la veracidad histórica, a tal punto que se imponen sobre la función
de noticiero del romance. Interesa
más destacar las debilidades y desgracias de los protagonistas, las pasiones
destructivas, situaciones o relaciones morbosas, etc. Entre los romances
históricos, sobresalen los referidos a la Reconquista.
Entre los romances noticieros o
históricos, sobresalen los llamados fronterizos,
que forman una crónica poética y popular del avance de la Reconquista desde el
último tercio del siglo XIV y de la difícil convivencia de moros y cristianos
en los territorios de frontera. Unas veces dan noticia del cerco o la toma de
una ciudad (Baeza, Antequera, Álora...), otras se hacen eco de las correrías
por territorio enemigo (de Hernandarias, de Sayavedra...), otras dan cuenta de los
duelos habidos entre moros y cristianos durante el asedio de Granada o expresan
la admiración que los castellanos sentían por la ciudad nazarí (como el famoso
romance de Abenámar).
En cuanto a los romances moriscos, son una peculiaridad de la
literatura española: eran escritos por cristianos pero desde la óptica mora, lo
cual explica la empatía por estos últimos. A diferencia de los poemas épicos,
describen con simpatía el mundo árabe con color y lujo, mostrando su inminente
caída y reivindicando, de algún modo, la etnia árabe. Ejemplo son “Mira, Zaide,
que te aviso…” y también otros, de autores conocidos como Pedro de Padilla,
Lope de Vega y Góngora.[4]
Los romances novelescos o de aventuras
se caracterizan por la invención, generalmente de sucesos o seres fantásticos;
hay un clima de enigma y de misterio. La naturaleza proporciona ciertas claves
a quien sabe leerlas: la luna crecida, la mar en calma. Hay componentes
fantásticos que provienen frecuentemente de otras literaturas. Por ejemplo, la
ondina del romance La infantina
encantada.
La segunda clasificación
importante que debemos hacer es entre Romancero
viejo y Romancero nuevo. Los romances
escritos durante los siglos XVI y XVII por autores conocidos como Cervantes,
Lope de Vega, Góngora, Quevedo y otros, forman el Romancero Nuevo.
Como consigna G. Chicote (2012),
los romances nos plantean más interrogantes que respuestas: en qué medida los
poemas fijados por la escritura responden a las características originales del
discurso tradicional en cuanto a su apertura y dinamismo; hasta qué punto un corpus cerrado y selecto
de los siglos XV y XVI -cuando los romances son fijados por escrito- no
testimonia los gustos de una élite.
A pesar de que se considera un
género eminentemente castellano, los primeros testimonios son de un mallorquí,
Jaume de Olesa, que copia en un códice florentino el romance La dama y el pastor, de 1421, y tres
romances: Rosaflorida, Arnaldos y La hija del rey de Francia, conservados,
entre otros textos, en el Cancionero de
Londres, de 1450, transcriptos por Juan Rodríguez del Padrón (escritor
gallego autor de dos novelas -por ejemplo, El
siervo libre de amor- y de poesía alegórica, pero también de arte menor:
canciones).
Pero no todos, en su tiempo,
compartieron el gusto por los romances. Entre los detractores del mester de
juglaría, está el Marqués de Santillana, autor de una obra en prosa, la Carta-proemio escrita al Condestable de
Portugal al enviarle una colección de sus poesías, que contiene interesantes
noticias sobre la literatura de su tiempo y un juicio crítico sobre los
romances. Lo que vemos es que pondera las obras bien formadas y artizadas (es decir, compuestas según el arte) y
habla con modestia de sus composiciones de juventud: “Pero, muy virtuoso señor, protestando
que la voluntad mía sea y fuese no otra de la que digo, porque la vuestra sin
impedimento haya lugar y vuestro mandado se haga de unas y otras partes, y por
los libros y cancioneros ajenos, hice buscar y escribir por orden, según que
las yo hice, las que en este pequeño volumen vos envío”.
Lo que le ha pedido el condestable
es la primera producción, sin “arte”: las serranillas. Sin duda, para el lector
contemporáneo, es ésta la mejor poesía del Marqués de Santillana, aunque él no
pensara lo mismo. Estos poemas combinan la tradición lírica castellana y la
tradición trovadoresca (francesa y provenzal) y tienen como tema central el
encuentro de un caballero con una pastora en medio de la montaña. Evidentemente,
el propio marqués las desestima al mencionar su aspiración: la gaya ciencia,
expresión muy frecuente en la época, derivada del provenzal gai saber o del francés gai savoir, que refería a todas las
habilidades técnicas necesarias para escribir poesía, es decir, el arte
poético, como lo dice en estas palabras:
[…]
así como la materia busca la forma, y lo imperfecto la perfección, nunca esta
ciencia de poesía y gaya ciencia buscaron ni se hallaron sino en los ánimos
gentiles, claros ingenios y elevados espíritus.
¿Y
qué cosa es la poesía, que en el nuestro vulgar 'gaya ciencia' llamamos, sino
un fingimiento de cosas útiles, cubiertas o veladas con muy hermosa cobertura,
compuestas, distinguidas y escandidas por cierto cuento, peso y medida?
Desde esta perspectiva, es
evidente que Santillana no podía valorar los romances, como se aprecia en esta
clasificación de la producción literaria en España entre lo sublime (escritores en lengua latina o
griega), mediocre (poetas
provenzales) e ínfimo (“aquellos que
sin ningún orden, regla ni cuento hacen estos romances y cantares de que las
gentes de baja y servil condición se alegran”).
Aparentemente en la primera etapa
los romances están excluidos del ambiente cortesano pero ya a mitad del siglo
XV hay una penetración pues poetas cultos imitan los romances tradicionales y
estos mismos son incluidos en cancioneros palaciegos (Cancionero de Estúñiga) y en los primeros años del siglo XVI
aparecen en forma muy importante en el Cancionero
musical de palacio. Comienza la etapa en la que los romances son fijados y
hay tres momentos fundamentales:
1-
El Cancionero General de Hernando del Castillo (1511). Aparecen los
contrafacta[5],
con adecuación a los cánones del amor cortés[6],
hay mayores artificios y rima consonante (Fontefrida,
Prisionero, Conde Claros).
2-
Pliegos sueltos o
literatura de cordel (eran una
novedad editorial: folletos sencillos, que se vendían en ferias urbanas a
precios módicos y que eran adquiridos por todo público; anticipación de la
literatura de masas) que aparecen desde esa fecha y durante todo el siglo XVI.
3-
Cancionero de Romances de Amberes (1550). Estos romances de
cancionero agregan como rasgos, aparte del fragmentarismo, el uso especial de
los tiempos verbales, las fórmulas fijas, el uso de la primera persona y el
realismo: la alegoría[7],
el léxico del amor cortés, los juegos conceptuales y las alusiones literarias.
Los romances que no se alineaban
dentro de los estándares de la poesía cortesana –por ejemplo los del ciclo del
Cid, o guerreros- no son recogidos a fines del siglo XV sino que aparecen más
tarde en una cantidad de pliegos sueltos (aquí seguirá la interrelación entre
escritura y oralidad, entre cancioneros y tradición oral).
El Cancionero de Amberes configura la tercera y fundamental etapa pues
el editor Martín Nucio pretende llegar a toda clase de receptores e incluir
toda la tradición romancística, tratando de respetar su forma, al menos
relativamente; es decir, es el primer colector moderno del Romancero. Esto
muestra que ya constituían un fenómeno que irrumpiría en la literatura del
Siglo de Oro (Entremés de los romances,
Don Quijote, los romances escritos
por Lope, Góngora…).
Todas estas reflexiones sobre la
apropiación por parte de los escritores cultos del acervo popular del Romancero
muestran cómo esta forma poética constituye uno de los medios de expresión más
caros a la cultura hispánica y cómo su intensa vitalidad permanece a lo largo
de los siglos.
Por otra parte, debemos tener en
cuenta que los sefardíes o sefarditas –hispanohebreos que abandonan España
cuando comienza su persecución- también llevaron en su memoria los romances y
contribuyeron a su difusión. Por supuesto, en esta diseminación por el mundo
también hay que considerar la rica herencia romancística que llegó a la América
de habla hispana.[8]
Bibliografía
BÉNICHOU, Paul, “Abenámar o la libertad creadora”,
en A. Deyermond, Historia y crítica de la
literatura española. Edad Media, I, Barcelona, Crítica, 1980, 281-285.
CHICOTE, Gloria (comp.), “Introducción” en Romancero, Buenos Aires, Colihue
Clásica, 2012.
----, “El ritual de
la hospitalidad en el Romancero”, Actas
del VIII Congreso Internacional de la Asociación Hispánica de Literatura
Medieval, Cantabria, Santander, 2000.
DEYERMOND, Alan, “El romancero”, en A. Deyermond, Edad Media. I, op. cit., 255-261.
DÍAZ-MÁS, Paloma
(ed.), Romancero, con estudio
preliminar de Samuel Armistead, Barcelona, Crítica, 1994.
GONZÁLEZ, Aurelio, “Fórmulas en el romancero:
elementos significativos”, en Florencio Sevilla y Carlos Alvar (eds.), Actas del XIII Congreso de la Asociación
Internacional de Hispanistas. I. Medieval. Siglos de Oro, Madrid, Castalia,
2000, 134-140.
LÓPEZ CASTRO, Armando, “En torno a los romances
fronterizos”, Actas del IX Congreso
Internacional de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, Tomo III.
A Coruña, Toxosoutos, 2005, 11-27.
MARTÍNEZ INIESTA, Bautista, “Los romances
fronterizos. Crónica poética de la reconquista granadina y antología del
romance fronterizo”, en Lemir, Revista de
Literatura Española Medieval y del Renacimiento, N° 7, 2003. En
http://parnaseo.uv.es/Lemir/Revista/Revista 7/Romances.html
MENÉNDEZ PIDAL, Ramón, “El estilo tradicional del
romancero” en A. Deyermond, op. cit.,
265-269.
----, Flor
nueva de romances viejos, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 18 ed., 1969.
MORILLO CABALLERO, Manuel, Romancero viejo, Madrid, Ediciones del Gallo, 2005.
RODRÍGUEZ CACHO, Lina, “El Romancero y la lírica
cancioneril en el siglo XV”, Manual de
historia de la literatura española 1. Siglos XIII al XVII, Madrid,
Castalia, 2009.
[1]
Menéndez Pidal, el gran especialista en romances, remonta el origen del Romancero
viejo al siglo XIII, pero en realidad solo tenemos documentación desde el siglo
XV.
[2]
Lina Rodríguez Cacho afirma que las relaciones entre la épica y los romances
son indiscutibles, tanto por afinidad temática como formal (métrica, asonancia,
procedimientos formularios…).
[3]
La mañana de San Juan es una festividad perteneciente a las creencias
cristianas pero que entronca con cultos solares muy antiguos. Coincide con el
solsticio de verano en Europa, por ello está relacionada con la renovación de
los ciclos, la fertilidad y el amor.
Este día se consideraba de carácter mágico y especialmente propicio para el
acontecimiento de hechos sobrenaturales.
[4]
Pues, adelantando lo que desarrollaremos a continuación, el Romancero tuvo una
larga vida en la literatura española, se cultivó ampliamente en los siglos XV,
XVI y XVII y llegó, incluso, hasta el siglo XX, con grandes exponentes como
Federico García Lorca.
[5]
Esta práctica consistía en retomar el íncipit
(primeras
palabras de un escrito o de un impreso antiguo y la estructura
del poema original, aprovechando el léxico y los motivos del romance, pero
rehaciéndolo en un plano de abstracción conceptual mayor.
[6]
El amor cortés es una concepción sobre el amor surgida en la Europa medieval, en
la cual se produce un paralelismo entre la relación vasallo-señor feudal y
enamorado (trovador)-dama. Se origina en la lírica en lengua occitana del sur
de Francia y se extiende durante el siglo XII.
Hay distintos grados por los que debe pasar el enamorado desde el
contemplar al obrar, pero en general pocas veces alcanza su último objetivo
pues se trata de un amor prohibido o imposible. Todo esto configura un léxico
fuertemente codificado.
[7]
La alegoría es una figura retórica que consiste en una serie de imágenes
metafóricas relacionadas entre sí por analogía y que juntas simbolizan o evocan
una idea o concepto. Por ejemplo, la alegoría de la caverna de Platón. También
existen figuras alegóricas; un ejemplo paradigmático es la representación de la
primavera como una mujer joven y bella, acompañada de otros atributos y
personajes, en Alegoría de la primavera
de Sandro Botticelli.
[8]
En Argentina, por ejemplo, hay quienes recuerdan romances cantados por sus
madres o abuelas como el de “Las señas del esposo”, que nosotros en Salta
conocemos simplemente como “el de la Catalina”: “Estaba la Catalina, / debajo
de un laurel / mirando la frescura de las aguas / al correr…
No hay comentarios:
Publicar un comentario